Cuenta Basho, viajero y poeta
japonés (1644-1694), que cerca de Hiraizumi visitó el refugio de Yoshitsune, el
más amado de los jóvenes héroes medievales (recuerda Marguerite Yourcenar).
Yoshitsune era el hermano menor
del primer shôgun de Japón, el jefe supremo militar Minamoto-no-Yorimoto, quien
precisamente debía a aquel joven hermano haber alcanzado tal rango de poder.
Como a menudo ocurre, el
primogénito, no contento con no agradecérselo, lo perseguía para acabar con su
vida. La vista de quienes nos recuerdan nuestra propia infamia se hace tan
insoportable que sólo eliminándola pueden sobrevivir los indignos.
Pero lo estremecedor de esta
historia no reposa en el atávico odio de un hermano. La verdadera belleza se
erige en la leyenda según la cual, cuando Minamoto-no-Yorimoto tendió su
emboscada a Yoshitsune, éste fue defendido por su intrépido escudero, Benkei,
que murió traspasado por decenas de flechas, quedando sostenido en pie por su
propia armadura ensangrentada, sin dejar de proteger el umbral del refugio para
que su señor Yoshitsune pudiera entregarse al sagrado ritual del seppuku y
alcanzar así la muerte con honor.
¡Ay de aquel que, tras una larga
vida, no haya sido capaz de conquistar siquiera el corazón de un solo amigo
que, más allá de su propia existencia, defienda la nuestra!
(© Jaime Alejandre, 2017,
inédito)
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