Ernesto Heredero del Campo es un heterodoxo contemporáneo,
un ser extraordinario. Tanto que si le pides su CV, pese a ser un inequívoco
erudito, diplomático de carrera y magnífico poeta de honda reflexión
filosófica, con su proverbial humildad e inocencia te contesta que “nació en
1977 y es un pobre hombre”. Pero con unos cuantos pobres hombres como él se
crearía otro Paraíso con mayor fortuna que lo sucedido en este planeta cada vez
menos azul, más amarillo de vergüenza.
También nuestro autor se autodenomina “un piernas”, pero a
la manera de Oscar Wilde, estos es, sabedor de que vive en el fango, pero
siempre mirando a las estrellas.
Doctorando en Wittgenstein, seguramente porque como el
filósofo vienés sabe que el lenguaje desempeña una esencial función en la
experiencia y se corresponde con el mundo de igual manera que una pintura o una
maqueta se corresponden con el mundo que intentan representar. No es raro
entonces que un cierto “misticismo casi-schopenhaueriano” se trasluzca en sus
versos, iluminados por la revelación.
En fin, como es sabido, el Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein sufrió un
tortuoso camino, grandes dificultades para encontrar editor; la primera
editorial a la que presentó su libro accedió a publicarlo sólo si él costeaba
la impresión y el papel. En Ediciones Evohé, sabedores de que lo único que
podemos hacer para conseguir que el talento cierto vea la luz es poner a
disposición de los lectores libros como Fatiga
os ofrecemos aquí la oportunidad única de convertiros en más sabios y más
sensibles con los versos de Ernesto.
“Fatiga”, de Ernesto Heredero del Campo, www.goo.gl/WzvRJf
(https://www.edicionesevohe.com/products-page/el-desvan-de-las-palabras/fatiga-ernesto-heredero-del-campo).
(Selección de poemas a cargo de Marga
Sánchez Arias)
II
Late mi
corazón como si fuera una pieza de piano,
mis
diccionarios tienen las palabras descolocadas.
Los cuerpos
cuando se separan
hacen el
mismo ruido que cuando se separan dos yogures.
Por mi vida
desfilan ordenadamente decepciones
que van
cayendo por el infinito.
Escribo
desde un sótano, descalzo,
mi ángel de
la guarda está en urgencias.
En el
exterior, los seres humanos se comportan como insectos.
Pero, a
diferencia de los insectos,
huelen a alcohol.
XI
El desorden
del jardín por el que pasean
los que se
han convertido en lo que no quisieron ser.
Los pájaros
de ese jardín se quejan del tiempo
y duermen
poco.
En ese
jardín mueren los niños y nacen los ancianos.
Bajo una lluvia nocturna cuyo lenguaje todos desconocen.
XV
La noche
golpea mi cristal
con el puño
cerrado de sus sombras.
Yo digo que
no estoy pero ella cree
que mi alma
le pertenece,
y ríe
desdentada y ruidosamente.
Este
desierto ¿qué trajo?
Me despojo.
Demasiado no es suficiente.
XVI
Yo viviré
después del dolor,
después de
la frontera de la página.
Como si
fuera posible un día deambular
sin el peso
del dolor, y volver
a mi
estatura y a mi luz.
Del naufragio
me traje un tesoro dudoso
que ahora
observo en silencio pensando que nadie —ni siquiera
Cristo—
admitió una derrota que no fuera a convertirse en victoria.
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