“Pudo suceder así…”
(Diálogos apócrifos de la Historia), Soledad Serrano Fabre, Ediciones Amargord,
168 pp.
Soledad Serrano, escritora y actriz, también conocida en la
intrahistoria contemporánea de los proscenios como Andrea Navas, nos regala un
delicioso (y perturbador) elenco de visiones concretas de las peripecias de
ciertos personajes históricos. Nos adelanta así con plausible realismo cómo
pudieron suceder algunos momentos de la intimidad de la Historia. Con ello
desviste a los protagonistas de la impostada magnificencia con la que a menudo
observamos las circunstancias históricas en las que reconocemos más arquetipos
y personajes que puramente hombres y mujeres con sus normales pasiones, sus
conversaciones sencillas, sus naturales necesidades más allá de la púrpura y el
boato. Así la rotundidad de estos relatos nos llega más hondo pues pronto
sentimos que lo que leemos afecta a personas, no a los conocidos personajes
históricos. Personas. Como cualquiera de los lectores.
Protagonistas históricos (y también dos míticos, en concreto
Adán y Eva) como el bíblico David, el Cid, doña Urraca, Al-Mutamid, Abenámar,
Almanzor, Gonzalo de Berceo, Isabel y Fernando, Carlos I, Felipe II, y Ada
Byron se dan cita en la envidiable prosa de Soledad Serrano para poner
verosimilitud a lo que con el paso del tiempo ha llegado a nosotros y se
recuerda apenas con las galanuras de las crónicas oficiales.
Diversas historias relatadas, sí, pero, sumergiéndose en lo
que nos ha desvelado Soledad Serrano, encontramos un cierto nexo de unión. La
traición. La traición al amor y a la amistad que devienen en traición a todo y
a todos los demás (sean súbditos o compañeros de viaje). La traición a esa
confianza que ponemos en quien amamos, incluso en Dios.
Y las dobles visiones conque nos relata Soledad (Al-Mutamid,
el Cid, David…) de acontecimientos, si no iguales sí conexos, es lo que
enriquece poderosamente la trama de tramas en las que, como digo, yo veo a la
traición como el nexo de unión (tal vez ni siquiera pretendido por la autora).
Pero la gravedad de este complicado tema, el de la traición (“… el odio siempre destruye al que odia y
al odiado…”), es abordada por Soledad Serrano con la más admirable de las
virtudes de un escritor: con ligereza. Ligereza que jamás tiene que ver con
falta de peso cuando es desarrollada por una autora comedida y sabia, como es
Soledad, cuya prosa sigue la mejor de las estelas de aquella Marguerite
Yourcenar que tanto supo de la naturaleza humana, como la propia Soledad
Serrano.
Aunque hay que reseñar que muchos otros temas particulares
conforman las teselas de esta magnífica colección de relatos: el paso del
tiempo y la efimeridad de los
instantes de felicidad (“Carlos I”) ,
la sordera de Dios y de los soberanos ante el pueblo (“David y Jonatán”, cuento en el que se revela y rebela el íntimo
saber de nuestra autora, experta en
teología, religiones comparadas y antropología), la reivindicación de género
para un porvenir de paz (“El Cid y una
joven…”), el valor de la adversidad (“Urraca”),
algo tan actual como la torticera tergiversación de la memoria histórica (“Gonzalo de Berceo”), o hasta la visión
de un mundo trabajado por autómatas (“Carlos
I y Juanelo”)…
La frescura de la prosa de Soledad Serrano es muy bienvenida,
porque huye de las frases simples. Las frases de tres palabras y punto. Y tres
palabras y otro punto. Nuestra autora consigue una innovadora naturalidad en su
prosa mediante acotaciones (teatrales en la práctica) y diálogos de una fluidez
inusitada, pero, como digo, sin buscar esa sencillez en la inanidad, sino aceptando
la carga de profundidad de pensamientos y sentimientos sólidos y abrumadores.
Así, todos los relatos nos enganchan desde la primera
acotación y la entrada en tromba de los diálogos cargados de autenticidad.
Todos, pero yo quiero aquí resaltar el titulado “Felipe II e Isabel de Valois” porque relata un momento
espeluznante y lo hace con una economía de medios y una precisión literaria no
al alcance de émulos y primerizos. También querría resaltar el de “Adán y Eva” con que se abre la
colección, por su reflexión sobre la felicidad.
Además, como sólo los buenos libros de literatura histórica
logran, los cuentos de Soledad Serrano nos sumen en la duda –dominada por
nuestra ignorancia- de la que surge la consulta y el florecer de un
conocimiento más profundo. ¿Será cierta la ambientación “real” de las
peripecias históricas de la princesa de Éboli o de Gonzalo de Berceo?, nos
interrogamos. Y, estudio mediante, refrescamos nuestros muy enciclopédicos
analfabetismos para ganar en altura, no sólo emocional por el relato de
personas (repito, que no personajes) de Soledad Serrano, sino también en altura
intelectual por acabar sabiendo más y mejor momentos de nuestra Historia al encajar
en nuestros saberes e ignorancias lo una vez aprendido y tal vez hoy olvidado.
Y eso que un protagonista de uno de los relatos de Soledad Serrano ya nos
amonesta conque “quizá sea necesario
vivir sin saber. A lo mejor el Paraíso es eso, no saber”.
Pero nosotros lo negamos. El Paraíso es siempre conocer y
gozar de la belleza que viene de manos creadoras como las de Soledad Serrano.
Soledad que tanto nos atrapa en sus relatos porque tiempo atrás tal vez fuera
llamada Rumaykiya…
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